jueves, 6 de julio de 2023

El Día que Ringo le dio una paliza a un Nazi

 

Corría junio de 1969 y el campeón argentino de los pesados Oscar Natalio "Ringo" Bonavena ya se preparaba para un combate tan decisorio como icónico en su carrera, la pelea con Muhammad Alí. Aunque aún no había fecha fijada, Ringo sabía que ese era su norte e iba a hacer todo cuanto pudiera para llegar hasta él. Venía de “ir al bombo” en una pelea en Montevideo, Uruguay, para ayudar a Gregorio Goyo Peralta, quien le había pedido fingir un empate en una revancha por el título que había perdido contra él. Era para poder recomponer su carrera, le dijo. Y Ringo aceptó. Así era él, capaz de ayudar a su rival de toda la vida y llorar con él para consolarlo por el trono perdido. Fue en esos días que aceptó la realización de una pelea que se programó para tres meses después, el 20 de septiembre, con un tal Wilhelm von Homburg, un boxeador alemán, polifacético, actor y ex luchador. La pelea no tenía casi valor desde lo deportivo, pero era una buena oportunidad para embolsar una importante cifra para sostener su camino hacia Alí. Y allá fue, a Alemania. Lo que Ringo definitivamente no esperaba (ni nadie) es lo que esta nota revela, merced, como siempre sucede, a una gran coincidencia y a un no menor instinto periodístico que me llevó a descubrirlo. Por eso el relato en primera persona.

 

Luis Ponzo Navarro (en la foto con Ringo), periodista especializado en boxeo, viajó a comentar la pelea de Bonavena para Radio Colonia. Era mi viejo. Yo, hoy también periodista, era fanático de Ringo a quien había conocido en la cancha de Huracán incentivado por él y a quien había “acompañado” en varias oportunidades desde el ring side gracias al oficio de mi viejo también. Ringo solía hablarme, sentarse a mi lado y hasta saludarme cuando subía al ring. Me aconsejaba que siguiera con mi rehabilitación para recuperarme de una polio que me había afectado antes del año de vida. Eso lo sensibilizaba. Tenía hacia mí una empatía y un afecto auténtico que lo demostraba con esa distinción del saludo y con algunos regalos que me mandaba. Esta vez, otra vez por intermedio de mi viejo, Ringo me envió los guantes que había usado en esa pelea en Alemania. Me había hecho otros regalos, discos, fotos autografiadas y hasta su firma en el yeso de una mano que me había lastimado. Pero estos guantes eran lo máximo y por supuesto algo muy particular. Eran marrones, de la marca Berg, pesaban increíblemente apenas 9 onzas –en lugar de las 12 onzas, hoy obligatorias para su categoría-, los más chicos que usó Ringo en toda su carrera.



Seguramente esa escasa protección -el peso se debe al menor relleno en los guantes- fue una de las razones por la que los golpes de Bonavena resultaron más demoledores que nunca esa noche. Cinco veces tiró Ringo a Von Homburg en solo tres rounds, dos en el primero y tres en el tercero. Le pegaba con verdadera furia, sabía que lo lastimaba y volvía una y otra vez a golpearlo para que cayera, pero esperando a que se levantara, para volver a atacarlo, con una frialdad inusual en él, un boxeador sanguíneo. Así fue hasta que finalmente el rincón se apiadó del alemán y tiró la toalla tras la quinta y última caída. 

Pese a la tremenda paliza que le había dado, terminado el combate Ringo se le fue encima al alemán, literalmente sacado, con la clara intención de increparlo o algo más y debió ser contenido por el árbitro para evitar que lo lograra. El festejo por la victoria también fue inusual. Ringo se cubrió con la bandera argentina y la agitó en alto mientras que era literalmente bañado con una champaña que habían llevado especialmente para ese fin.

 
 
Allí quedó al descubierto que Ringo había querido golpearlo especialmente, como emulando a Emile Griffith cuando mató literalmente a golpes a Benny Kid Paret, en “venganza” porque previamente a la pelea lo había llamado “escoria de la raza negra” por su condición de homosexual. La extraña virulencia de Ringo, que afortunadamente no llegó a ese extremo de matar a alguien en el ring, fue la clave que desató esta nota. Algo había. Pero ¿por qué tanto enojo, por qué esa furia inusual en un tipo tan bocón como bonachón como Ringo? Alguien capaz de ayudar a un acérrimo rival como Peralta o de llorar con él luego de vencerlo o de auxiliar a cuanto amigo o desconocido se le cruzara delante, no se condecía con un posible proyecto de asesino deportivo. Lo conocía bien yo, habíamos hablado muchas veces y no era así. Recién encontré la explicación a semejante paliza, 54 años después, de forma absolutamente casual, como tantas veces suele pasar, pero con cierta cuota inocultable de curiosidad propia del oficio… y heredada también por cierto.

Un amigo, amateur del boxeo, supo de esos guantes y me pidió verlos, pero creí necesario también conseguir un testimonio o algo que le demostrara que eran los mismos. Con el objetivo de obtener una foto de los guantes, busqué entonces el video de esa pelea y tras encontrarlo en la web comencé a repasarlo, tratando de hacer una captura de la imagen donde se vieran los Berg que me había regalado Ringo. La idea era, después de mostrárselos, exhibirlos en algún sitio de mi casa, juntos, la foto y los guantes, como un testimonio y a la vez un homenaje a mi ídolo de entonces... (y "mi mejor amigo", como me autografió una foto alguna vez). Después de un largo trabajo en un video bastante defectuoso pude conseguir la imagen, pero en uno de los acercamientos de pantalla vi algo que me produjo un impacto muy fuerte. Von Homburg, el boxeador alemán, era un tipo muy alto y robusto (de 1,85 mts), blanco por excelencia, rubio casi ceniza, había subido al ring con una enorme bata blanca y un inocultable aspecto de fiereza. Fue en ese momento que agarró con su guante una cruz que colgaba de su cuello con una pequeña cadena, se la llevó a la boca y la tomó con los dientes para dejarla asomar de su boca mientras alzaba su mano y señalaba a Ringo en el rincón opuesto. Un nuevo acercamiento de pantalla reveló algo que yo no esperaba, pero que pronto tuvo sentido. No era una cruz cualquiera, era una cruz de hierro, similar a la cruz de Caballero con esvástica uno de los símbolos característicos adoptados por el nazismo y que se entregaba los más fieles servidores del régimen como condecoración. Algo percibió Ringo que lo llevó a ese estado de enojo. Von Homburg lo había provocado malamente al romper una foto suya frente a una cámara y con declaraciones que hacían referencia a su origen latinoamericano. Allí estaba tal la razón oculta del odio de Bonavena para pegarle tanto. Ringo había entendido el desprecio del otro.

Von Homburg, el Príncipe como le gustaba que le dijeran, se llamaba en realidad Norbert Richard Hartmut Grupe. Se había cambiado el nombre en Estados Unidos, tal vez para ocultar algo de su pasado, aunque la asociación entre Príncipe y Von Homburg, como él mismo contradictoriamente se quejaba, le diera un inocultable tinte de pertenecer a la nobleza alemana. Había emigrado, luego de la segunda guerra mundial, con su padre Richard Grupe, también boxeador y también luchador. El caso es que Grupe padre tenía una razón para cambiarse el nombre y apellido: había actuado en el campo de concentración nazi Buchenwald. Allí radica el porqué de aquella cruz exhibida en el ring, segundos antes de la pelea, un gesto heredado y tan preparado como intimidatorio.

Aún no se había producido la caída del muro de Berlín y tal vez por eso no hay registro de que Von Homburg recibiera castigo alguno por su tremenda ofensa a un rival. Ese gesto con la cruz, hecho en el contexto de un combate entre un alemán y un latino tomaba especial significación por el escenario donde había sucedido. Es que el estadio donde se disputó la pelea era el Berliner Sportpalast, el mismo donde Adolf Hitler pronunció más de un discurso, como el de la orden de ataque a las ciudades británicas, y el temible ministro de Propaganda alemán Joseph Goebbels hizo el histórico anuncio de “la guerra total” en 1943, cuando ya el régimen caía irremediablemente. El Berliner Sportpalast, ubicado en lo que fuera Berlín occidental, fue calificado por Goebbels como “nuestra gran tribuna política”. Finalmente lo demolieron en 1973.

Von Homburg, caracterizado por la mayoría de los periodistas de época que lo conocieron como un personaje deleznable, sufrió aquella derrota como una terrible humillación y un año después abandonó el boxeo. Alguna vez declaró que no odiaba a los judíos, que no tenía nada contra ellos, una aclaración que seguramente estimó necesaria para poder continuar su carrera como actor… En esa función hizo distintos papeles, interpretando a soldados nazis en cuanta película de guerra pudo y a personajes maléficos, como el tirano Vigo von Homburg Deutschendorf en los “Cazafantasmas II”, el villano James en “Duro de Matar” y el maldito Souteneur en “Stroszek” de Werner Herzog. El papel le gustaba y lo hacía bien. Estuvo preso por tráfico de drogas y proxenetismo, y fue acusado por su padre de abusar de su madrasta y hasta de tener una hija con ella, a la que él señalaba como su hermana. Sus últimos años vivió solo en Santa Mónica, Estados Unidos, con su perra Kiss. Murió de cáncer en México, en 2004, a los 63 años.


Ringo, un año después de esa pelea se enfrentó finalmente con Muhammad Alí y cayó en una pelea quijotesca, en el round 15, por nocaut. 

 

Siguió peleando seis años más con buenos resultados, pero escasas bolsas hasta que volvió a Estados Unidos en 1976 con la expectativa de realizar algunas peleas de menor jerarquía y mejorar sus deterioradas finanzas, producto en buena medida de su extrema generosidad y de un siempre inoportuno y constante derroche. No resultó. Eligió como representante al empresario Joe Conforte, signado como mafioso, quien le había prometido una revancha con Alí que por supuesto nunca llegó. En esos meses estableció una relación confusa con su mujer, Sally Burgess, quien por una cuestión contractual lo adoptó como su pupilo. La pelea prometida se fue alejando y Bonavena remitido a papeles menores. Tras enemistarse con Conforte, su relación con el clan se hizo insostenible. El 22 de mayo Ringo murió asesinado de un tiro certero en el corazón por el guardaespaldas de Conforte, Ross Brimer, en el Mustang Ranch de Reno, Nevada. Tenía 33 años. Sobre él se hicieron dos películas y se escribieron varios libros y notas de investigación. El entierro de Bonavena, al que asistieron 150.000 personas fue una de las mayores expresiones de fervor popular que vivió la Argentina, pese a que se realizó en plena dictadura cívico militar.


                                                                                                                 

Daniel Ponzo          

PD: Un agradecimiento especial al colega Martín Goldbart que publicó un anticipo de esta nota en Clarín bajo el  título "La noche en que Ringo Bonavena le dio una paliza infernal a un nazi...",  a pocos días del estreno de la serie de Netflix, "Ringo: gloria y muerte". 

lunes, 12 de junio de 2023

2020/2023 Un crimen y una batalla periodística contra el discurso único


Hoy, 12 de junio de 2023, debía empezar el juicio. Pero el jueves, apenas cuatro días atrás, absolvieron a Jorge Ríos porque el juez sostuvo que mató a Piolo Moreyra en defensa propia pese a que en un video de entonces parece verse otra cosa, especialmente porque el delincuente estaba tendido, herido y, justamente, indefenso. Es por lo menos raro que una causa se quede sin acusado a solo cuatro días del juicio. La resolución anticipada se contradice con ese video que misteriosamente había desaparecido del espectro comunicacional en 2020 y que con su recuperación generó más de 200 mil visualizaciones en las primeras 24 horas, lo cual hizo que su difusión ya fuera indetenible. Aunque se veía como cargaba contra el atacante herido y hasta lo golpeaba, la justicia entendió que Ríos actuó en legítima defensa. Tras una breve e indispensable introducción, reproduzco la nota tal cual la escribí entonces porque tiene precisamente el valor de aquél momento que ahora se resignifica. Sigo pensando exactamente lo mismo.

 

 

El juez Darío Hernández analizó el material elaborado por un gabinete multidisciplinario de la Superintendencia de Policía Científica de la Policía de la Ciudad. Y en su fallo de 23 páginas, concluyó: "No tengo ni la más mínima duda de que esos disparos fueron realizados en ejercicio de la legítima defensa, porque se produjeron en respuesta a una agresión ilegítima y en el interior de su casa”. Según esas pericias entonces Ríos siguió al atacante herido durante 60 metros: ¿no se sabe para qué? ¿se le acercó sin explicación alguna? ¿lo golpeó con el arma vacía o cargada o con algo y no le disparó ni le produjo ningún daño en ese momento...? Un juicio habría dilucidado si se trató o no de una legítima defensa. Los abogados de Ríos coinciden con el juez, uno, Fernando Soto, es el mismo que defendió al policía Chocobar que mató a un ladrón por la espalda... El video en cuestión, otra vez en el eje de la disputa, parece mostrar otra cosa.
 
 
 
El 21 de julio de 2020 ocurrió algo extraño en las tan pautadas comunicaciones de la Argentina. Un hecho policial: un jubilado mató a un ladrón que había entrado a su casa y se transformó de pronto en una polémica viral acerca de la justicia por mano propia. Todo fue a raíz de la irrupción de un video de cámaras de seguridad que sepultó de plano lo que se había tratado de instalar como el relato oficial -hegemónico al decir de los sociólogos- de un pobre anciano tratando de defenderse de un joven delincuente. La filmación dejaba en claro no solo que no se trataba de un intento de defensa sino que el hombre había salido a buscar a la víctima mal herida en una pierna, la había alcanzado ante su imposibilidad de desplazamiento y la había disparado dos veces cuando estaba inerme en el suelo. En la imagen podía verse también que el hombre de 71 años portaba un arma en su mano derecha con la que lo golpeaba en la cara con la culata y luego lo pateaba en la espalda cuando ya estaba moribundo.
El canal Telefé, a través de su periodista Mauro Zeta, tuvo acceso al video en cuestión, proveniente de las cámaras de la localidad bonaerense de Quilmes, donde sucedió el hecho. Lo extraño del caso es que esas imágenes desaparecieron del espectro comunicacional apenas fueron emitidas. Telefé no solo no las subió en su página web sino que ningún aficionado siquiera alcanzó a reproducirlas por otros canales. Un dato que revela la importancia del video en cuestión es que a las pocas horas el ministro de seguridad bonaerense Sergio Berni relevó a la cúpula policial de esa localidad, pero no por su inacción sino al parecer por haber suministrado las grabaciones a la prensa. Estaba claro entonces que las imágenes revelaban lo que alguien no quería que se viera.
(NdeR: Si uno compara el video de Telefé con el difundido por TN en uno se ve al jubilado con el arma en la mano y en el otro sin ella... misterio de la edición... ) 


 






Algo personal

 
Ese vacío de información tan ostensible hizo que me interesara particularmente en el hecho. Gracias a un dispositivo del operador de cable que me presta el servicio pude volver atrás la programación y emitir nuevamente el noticiero donde habían aparecido las filmaciones. Las grabé con mi celular y las subí a Twitter. En pocos minutos las reproducciones sumaron miles y a las horas ya eran decenas de miles hasta alcanzar más de 200.000 visualizaciones en las primeras 24 horas. Las explicaciones de por qué se viralizó de semejante manera (primera tendencia en Latinoamérica, ese día) pueden ser muchas. Creo que centralmente fue la ruptura del cerco mediático que se le había tendido a un hecho fáctico que, al hacerse visible, abortó el intento de instalación de un relato único a favor de la justicia por mano propia y desató la polémica. Está claro que para el sistema hubiera sido mucho mejor que el video no existiera. Tal vez por eso Telefé actuó como actuó o Berni hizo lo que hizo.

Una primera explicación

Los hechos. El jubilado Jorge Alfredo Ríos mató al ladrón Franco Martín Moreyra. Literalmente es así, lo diga quien lo diga. Ríos cometió un delito de homicidio luego de ser víctima del delito de robo. Sin embargo, se plantea una falsa polémica a partir del derecho o no de matar a alguien. Ríos asesinó al ladrón fuera de su casa –lo cual ya no es en defensa propia como sí lo hubiera sido si lo hacía adentro- el viernes 17 de julio luego de que fuera asaltado en su casa por ese hombre y al menos dos cómplices que lo atacaron con un destornillador. Pero Ríos al ejecutar al delincuente (disparó en dos oportunidades con la intención de matarlo) a 60 metros de su casa se transformó de víctima en victimario y viró la calificación de su agresor a ser la víctima del caso, víctimas y victimarios los dos, pero de distintos hechos, está claro. Por más que la defensa intente argüir que el ladrón salió de su propiedad mortalmente herido, es visible en la filmación que no tenía manchas de sangre en su ropa ni mostraba rasgos de ninguna otra herida más que la fractura de su pierna a la altura del tobillo, motivada sí por un disparo de la Bersa 9 milímetros de Ríos. Pero la autopsia reveló que Moreyra recibió al menos otros dos tiros, uno en el pecho, que se alojó en el hombro, y otro en el abdomen, que “ingresó por la fosa ilíaca derecha, rompió la arteria aorta y la vena cava y le provocó una  hemorragia abdominal” intensa que terminó con su muerte. La defensa busca llevar la causa hacia el homicidio en ocasión de legítima defensa, lo cual requiere que el disparo mortal haya sido dentro del domicilio e incluso sostiene que los impactos tuvieron un recorrido de abajo hacia arriba para explicarlo. Pero esa argumentación es falsa o al menos dudosa ya que el recorrido no certifica la ubicación. Es decir, si el disparo fue desde un lugar más bajo hacia arriba puede presuponerse que el ladrón estaba ubicado sobre la reja de la casa, como se lo ve en otro video, y el jubilado le disparó desde el piso. Pero puede demostrar también que en cambio el jubilado tiró parado e impactó al ladrón acostado lo cual puede también explica claramente un recorrido de abajo hacia arriba. Además las pericias policiales ubican justamente dos vainas servidas en el lugar donde muere asesinado el ladrón y eso también se condice con las dos heridas en el cuerpo. Un video revelador muestra al jubilado disparando en dos oportunidades (hay un testigo que así lo afirma y agrega un tercer disparo) y además lo deja en evidencia ensañándose con el joven tendido en el piso, claramente indefenso, a quien golpea a culatazos en la cabeza y patadas en la espalda -de esto nada dice la defensa-. También muestra la filmación que Ríos se acerca al delincuente caminando lenmente para desarrollar luego la secuencia de tiros, golpes y patadas hasta ultimarlo. O sea, Ríos siguió al joven herido con la serenidad y la actitud del cazador que sabe que ya tiene a su presa herida y a disposición para finalmente acercarse golpearlo y ejecutarlo. La mal llamada “justicia” por mano propia. Pero Ríos no hizo justicia sino que cometió un delito más cercano al asesinato como venganza que como defensa propia.

Lo obvio: Dijo alguien por allí, el Che Guevara, que “cuando tengamos que explicar lo obvio es porque estaremos en problemas”. Y ese creo que es el caso de hoy en la Argentina. No se puede matar a alguien indefenso en el piso. De ninguna manera. Y eso no da lugar para ninguna polémica. Es ley. Pero además de ser la ley es parte de un código mínimo de convivencia, de ética y de moral. Para la ley el monopolio de la fuerza la tiene el Estado. Con lo cual nadie puede arrogarse el derecho de ejercerla sin estar violando ese precepto básico. Sin embargo hay un código no escrito que parece haberse desvanecido. Y esa pérdida de referencia de lo que está bien y lo que está mal no ha desaparecido por sí sola. Es el producto de años de un discurso bivalente, contradictorio y enloquecedor, diciéndonos que todo estaba bien cuando todo estaba mal y lo sufríamos de esa manera, algunos hasta la desesperación. Y allí es donde esa violencia social tiene su correlato en la violencia física e irracional; se pierden todos los códigos, la vida no vale nada y está bien matar por las dudas, por algo mínimo o porque sí. Detrás de eso lo que hay en realidad es miedo y se origina en que la pérdida de códigos y por ende de límites, plantea la existencia de un falso libre albedrío cuando en realidad es un abismo donde todo es posible. Si el país se ha empobrecido ostensiblemente en los últimos años hay un agravante que es ciertamente más serio y preocupante, y es que a la par se ha ido embruteciendo muchísimo más. Y no se trata de nivel de instrucción ese embrutecimiento sino de capacidad de análisis. Está claro que a los sectores dominantes les convienen esos brutos. Son antes que nada simples, fáciles de manipular y a la vez más obedientes. Ellos desconocen sus derechos a la salud, a la igualdad, a la enseñanza, al trabajo, a la vivienda, a la seguridad, a una vida digna, pero también su derecho a pensar por sí mismos. Mucho menos son conscientes de su pertenencia de clase, una cuestión que bien podría ubicarlos en un lugar distinto a la hora de analizar esa realidad. Para evitar esto, quienes los dominan, crean un discurso, un relato de cada hecho, que difunden a través de comunicadores y referentes sociales que refleja precisamente qué piensan esos sectores del poder real y qué necesitan que piensen sus dominados para que sea funcional a sus intereses. 


El núcleo del buen sentido: Usan también como herramienta el llamado “sentido común”, que no es más que una forma en común de entender lo que sucede. Malamente difundido como un lugar adecuado y racional, algunos autores explican que el sentido común es algo distinto del “núcleo del buen sentido”. Para explicarlo en forma sencilla, el sentido común es el que se instala, también a través de los medios preferentemente, para que todos opinen más o menos lo mismo, lo cual es malo y peligroso si el objetivo es que lo sea. El núcleo del buen sentido en cambio plantea cuál es la opinión más justa y apropiada ante tal o cual situación. Implica una decisión, un pensamiento crítico frente al hecho y por ende una argumentación o un desarrollo de cierto relato propio y no necesariamente repetido. Está claro que se trata de una tarea distinta, más desafiante, pensar de una manera que esté conforme a esos códigos y esas leyes y nos deje satisfechos con el resultado. No en vano la derecha política de los ricos se propone embrutecer y si es posible también enloquecer y lo hace desde los lugares más extremos y hasta absurdos a veces para que los brutos, instruidos o no, la tomen para sí. Esa derecha promueve lo que se conoce como el odio de clase, pero trasladado a los dominados para que se expanda hacia sus pares y no se vuelva en contra de ella y sus intereses. De alguna manera Ríos mató a Moreyra como una extensión del deseo de esos otros, aun cuando lo desconociera conscientemente. Casi como para complacer a los mandantes sin pensar en más. Es que el razonamiento escaso postula soluciones simples a cuestiones complejas y eso alivia la tensión que genera pensar en cómo pararse ante tal o cual tema sin el auxilio de otros pensantes. Incluso cuando desde el absurdo ese poder es capaz de proponer cosas tales como que si hay un virus se toma lavandina, que si viene un ladrón se lo corre y se lo mata, que si alguien quiere estar armado que esté armado, que si tu ex mujer está con otro tenés que matarla porque es tuya, que hay que marginar al pobre porque el pobre está desesperado y te va a matar (aunque el pobre seas vos mismo) o que hay que defender al rico y sus riquezas aunque uno no sea rico ni tenga riquezas para defender. 
Pero hay otro pensamiento, más complejo, que requiere instruirse e informarse, que también nos desafía a tratar de ser gentiles y amables a la hora de considerar al otro ante cualquier situación, que nos propone la integración, la solidaridad y la unión. Hay otro pensamiento, que es más difícil sí, pero que es imprescindible si lo que se quiere construir es una sociedad esencialmente más justa, humana e igualitaria.
 

El papel de los periodistas, una aproximación sociológica

 
El discurso único, por su propia definición, no soporta dos versiones de un mismo hecho. Su objetivo es manipular unidireccionalmente a la población. Así logran que “la gente” sea capaz de oponerse a un impuesto a la riqueza cuando esa misma gente es pobre y ese tributo puede mejorar su condición, o que los asalariados rechacen la intervención de una empresa estafadora como Vicentín aunque esa intervención pueda redundar también en beneficios para esos asalariados, o que la clase media esté a favor de pagar más por los servicios públicos “porque antes se pagaba muy poco”, o que cualquiera otra cuestión que sea contraria a sus intereses sea defendida como propia. Hasta allí llega la manipulación de los medios y de los periodistas comprados para tal fin, haciendo que los muchos tomen como propio el discurso único que favorece a los pocos. Y eso va en directo beneficio de los que más tienen. Por eso no es de extrañar que tengan a su favor medios y periodistas, que ya son empresas y empresarios, trabajando para convencer a millones de que lo único válido es pensar como a ellos les conviene que piensen. Son varias las cuestiones que favorecen a esa manipulación y resultan en esa obediencia. Una cuestión es la sensación de pertenencia que genera en el público enarbolar el mismo e idéntico discurso que se reitera simultáneamente en los medios, a través de los principales comunicadores y referentes o influencers. Es como que cada individuo se congraciara y se igualara con esos transmisores y empezara a formar parte de alguna manera del sector que conforma esa clase que no es la suya, aunque lo crea. Otra cuestión es la creencia ideológica. En este caso es un poco más consciente, y tiene que ver otra vez, aunque por otra vía, con la prevalencia de clase de unos sobre otros, es decir, se repite el discurso único porque de esa manera se defienden otras cosas como por ejemplo que los pobres no vayan a apoderarse de lo que tienen los ricos, aún cuando se esté más cerca de ser rico que pobre. Y hay una tercera cuestión que es la ignorancia producto de la falta o de la mala e intensionada información, que genera la creencia de cualquier relato aún cuando lo que se esté viendo sea claramente lo contrario de lo que se dice que se ve, tal como el caso del asesinato del joven ladrón en Quilmes. En esta último asunto, la falta de información, es donde debe centrarse la batalla contra hegemónica, es decir, la lucha por dar otra versión de la historia. Primero trabajando en la destrucción de ese discurso y luego desarrollando la construcción de otro sentido. Afortunadamente internet y las redes sociales están ahí para servirse y buscando la forma de hacerlo se puede al menos a dar una primera parte de la batalla por el relato y por el sentido. Nosotros los periodistas somos los encargados de propiciar esta primera versión de la historia de manera tal que en el futuro todo pueda leerse con cierto grado de certeza y veracidad. Estar al nivel de esa tarea es una tarea ineludible y debe representar para el periodismo verdaderamente independiente el principal compromiso de esta época. No por nada el poder trata de dominar social, económica e intelectualmente a los periodistas bien intencionados y acuerda con los más corruptos y venales que resultan ser los más funcionales.