lunes, 12 de junio de 2023

2020/2023 Un crimen y una batalla periodística contra el discurso único


Hoy, 12 de junio de 2023, debía empezar el juicio. Pero el jueves, apenas cuatro días atrás, absolvieron a Jorge Ríos porque el juez sostuvo que mató a Piolo Moreyra en defensa propia pese a que en un video de entonces parece verse otra cosa, especialmente porque el delincuente estaba tendido, herido y, justamente, indefenso. Es por lo menos raro que una causa se quede sin acusado a solo cuatro días del juicio. La resolución anticipada se contradice con ese video que misteriosamente había desaparecido del espectro comunicacional en 2020 y que con su recuperación generó más de 200 mil visualizaciones en las primeras 24 horas, lo cual hizo que su difusión ya fuera indetenible. Aunque se veía como cargaba contra el atacante herido y hasta lo golpeaba, la justicia entendió que Ríos actuó en legítima defensa. Tras una breve e indispensable introducción, reproduzco la nota tal cual la escribí entonces porque tiene precisamente el valor de aquél momento que ahora se resignifica. Sigo pensando exactamente lo mismo.

 

 

El juez Darío Hernández analizó el material elaborado por un gabinete multidisciplinario de la Superintendencia de Policía Científica de la Policía de la Ciudad. Y en su fallo de 23 páginas, concluyó: "No tengo ni la más mínima duda de que esos disparos fueron realizados en ejercicio de la legítima defensa, porque se produjeron en respuesta a una agresión ilegítima y en el interior de su casa”. Según esas pericias entonces Ríos siguió al atacante herido durante 60 metros: ¿no se sabe para qué? ¿se le acercó sin explicación alguna? ¿lo golpeó con el arma vacía o cargada o con algo y no le disparó ni le produjo ningún daño en ese momento...? Un juicio habría dilucidado si se trató o no de una legítima defensa. Los abogados de Ríos coinciden con el juez, uno, Fernando Soto, es el mismo que defendió al policía Chocobar que mató a un ladrón por la espalda... El video en cuestión, otra vez en el eje de la disputa, parece mostrar otra cosa.
 
 
 
El 21 de julio de 2020 ocurrió algo extraño en las tan pautadas comunicaciones de la Argentina. Un hecho policial: un jubilado mató a un ladrón que había entrado a su casa y se transformó de pronto en una polémica viral acerca de la justicia por mano propia. Todo fue a raíz de la irrupción de un video de cámaras de seguridad que sepultó de plano lo que se había tratado de instalar como el relato oficial -hegemónico al decir de los sociólogos- de un pobre anciano tratando de defenderse de un joven delincuente. La filmación dejaba en claro no solo que no se trataba de un intento de defensa sino que el hombre había salido a buscar a la víctima mal herida en una pierna, la había alcanzado ante su imposibilidad de desplazamiento y la había disparado dos veces cuando estaba inerme en el suelo. En la imagen podía verse también que el hombre de 71 años portaba un arma en su mano derecha con la que lo golpeaba en la cara con la culata y luego lo pateaba en la espalda cuando ya estaba moribundo.
El canal Telefé, a través de su periodista Mauro Zeta, tuvo acceso al video en cuestión, proveniente de las cámaras de la localidad bonaerense de Quilmes, donde sucedió el hecho. Lo extraño del caso es que esas imágenes desaparecieron del espectro comunicacional apenas fueron emitidas. Telefé no solo no las subió en su página web sino que ningún aficionado siquiera alcanzó a reproducirlas por otros canales. Un dato que revela la importancia del video en cuestión es que a las pocas horas el ministro de seguridad bonaerense Sergio Berni relevó a la cúpula policial de esa localidad, pero no por su inacción sino al parecer por haber suministrado las grabaciones a la prensa. Estaba claro entonces que las imágenes revelaban lo que alguien no quería que se viera.
(NdeR: Si uno compara el video de Telefé con el difundido por TN en uno se ve al jubilado con el arma en la mano y en el otro sin ella... misterio de la edición... ) 


 






Algo personal

 
Ese vacío de información tan ostensible hizo que me interesara particularmente en el hecho. Gracias a un dispositivo del operador de cable que me presta el servicio pude volver atrás la programación y emitir nuevamente el noticiero donde habían aparecido las filmaciones. Las grabé con mi celular y las subí a Twitter. En pocos minutos las reproducciones sumaron miles y a las horas ya eran decenas de miles hasta alcanzar más de 200.000 visualizaciones en las primeras 24 horas. Las explicaciones de por qué se viralizó de semejante manera (primera tendencia en Latinoamérica, ese día) pueden ser muchas. Creo que centralmente fue la ruptura del cerco mediático que se le había tendido a un hecho fáctico que, al hacerse visible, abortó el intento de instalación de un relato único a favor de la justicia por mano propia y desató la polémica. Está claro que para el sistema hubiera sido mucho mejor que el video no existiera. Tal vez por eso Telefé actuó como actuó o Berni hizo lo que hizo.

Una primera explicación

Los hechos. El jubilado Jorge Alfredo Ríos mató al ladrón Franco Martín Moreyra. Literalmente es así, lo diga quien lo diga. Ríos cometió un delito de homicidio luego de ser víctima del delito de robo. Sin embargo, se plantea una falsa polémica a partir del derecho o no de matar a alguien. Ríos asesinó al ladrón fuera de su casa –lo cual ya no es en defensa propia como sí lo hubiera sido si lo hacía adentro- el viernes 17 de julio luego de que fuera asaltado en su casa por ese hombre y al menos dos cómplices que lo atacaron con un destornillador. Pero Ríos al ejecutar al delincuente (disparó en dos oportunidades con la intención de matarlo) a 60 metros de su casa se transformó de víctima en victimario y viró la calificación de su agresor a ser la víctima del caso, víctimas y victimarios los dos, pero de distintos hechos, está claro. Por más que la defensa intente argüir que el ladrón salió de su propiedad mortalmente herido, es visible en la filmación que no tenía manchas de sangre en su ropa ni mostraba rasgos de ninguna otra herida más que la fractura de su pierna a la altura del tobillo, motivada sí por un disparo de la Bersa 9 milímetros de Ríos. Pero la autopsia reveló que Moreyra recibió al menos otros dos tiros, uno en el pecho, que se alojó en el hombro, y otro en el abdomen, que “ingresó por la fosa ilíaca derecha, rompió la arteria aorta y la vena cava y le provocó una  hemorragia abdominal” intensa que terminó con su muerte. La defensa busca llevar la causa hacia el homicidio en ocasión de legítima defensa, lo cual requiere que el disparo mortal haya sido dentro del domicilio e incluso sostiene que los impactos tuvieron un recorrido de abajo hacia arriba para explicarlo. Pero esa argumentación es falsa o al menos dudosa ya que el recorrido no certifica la ubicación. Es decir, si el disparo fue desde un lugar más bajo hacia arriba puede presuponerse que el ladrón estaba ubicado sobre la reja de la casa, como se lo ve en otro video, y el jubilado le disparó desde el piso. Pero puede demostrar también que en cambio el jubilado tiró parado e impactó al ladrón acostado lo cual puede también explica claramente un recorrido de abajo hacia arriba. Además las pericias policiales ubican justamente dos vainas servidas en el lugar donde muere asesinado el ladrón y eso también se condice con las dos heridas en el cuerpo. Un video revelador muestra al jubilado disparando en dos oportunidades (hay un testigo que así lo afirma y agrega un tercer disparo) y además lo deja en evidencia ensañándose con el joven tendido en el piso, claramente indefenso, a quien golpea a culatazos en la cabeza y patadas en la espalda -de esto nada dice la defensa-. También muestra la filmación que Ríos se acerca al delincuente caminando lenmente para desarrollar luego la secuencia de tiros, golpes y patadas hasta ultimarlo. O sea, Ríos siguió al joven herido con la serenidad y la actitud del cazador que sabe que ya tiene a su presa herida y a disposición para finalmente acercarse golpearlo y ejecutarlo. La mal llamada “justicia” por mano propia. Pero Ríos no hizo justicia sino que cometió un delito más cercano al asesinato como venganza que como defensa propia.

Lo obvio: Dijo alguien por allí, el Che Guevara, que “cuando tengamos que explicar lo obvio es porque estaremos en problemas”. Y ese creo que es el caso de hoy en la Argentina. No se puede matar a alguien indefenso en el piso. De ninguna manera. Y eso no da lugar para ninguna polémica. Es ley. Pero además de ser la ley es parte de un código mínimo de convivencia, de ética y de moral. Para la ley el monopolio de la fuerza la tiene el Estado. Con lo cual nadie puede arrogarse el derecho de ejercerla sin estar violando ese precepto básico. Sin embargo hay un código no escrito que parece haberse desvanecido. Y esa pérdida de referencia de lo que está bien y lo que está mal no ha desaparecido por sí sola. Es el producto de años de un discurso bivalente, contradictorio y enloquecedor, diciéndonos que todo estaba bien cuando todo estaba mal y lo sufríamos de esa manera, algunos hasta la desesperación. Y allí es donde esa violencia social tiene su correlato en la violencia física e irracional; se pierden todos los códigos, la vida no vale nada y está bien matar por las dudas, por algo mínimo o porque sí. Detrás de eso lo que hay en realidad es miedo y se origina en que la pérdida de códigos y por ende de límites, plantea la existencia de un falso libre albedrío cuando en realidad es un abismo donde todo es posible. Si el país se ha empobrecido ostensiblemente en los últimos años hay un agravante que es ciertamente más serio y preocupante, y es que a la par se ha ido embruteciendo muchísimo más. Y no se trata de nivel de instrucción ese embrutecimiento sino de capacidad de análisis. Está claro que a los sectores dominantes les convienen esos brutos. Son antes que nada simples, fáciles de manipular y a la vez más obedientes. Ellos desconocen sus derechos a la salud, a la igualdad, a la enseñanza, al trabajo, a la vivienda, a la seguridad, a una vida digna, pero también su derecho a pensar por sí mismos. Mucho menos son conscientes de su pertenencia de clase, una cuestión que bien podría ubicarlos en un lugar distinto a la hora de analizar esa realidad. Para evitar esto, quienes los dominan, crean un discurso, un relato de cada hecho, que difunden a través de comunicadores y referentes sociales que refleja precisamente qué piensan esos sectores del poder real y qué necesitan que piensen sus dominados para que sea funcional a sus intereses. 


El núcleo del buen sentido: Usan también como herramienta el llamado “sentido común”, que no es más que una forma en común de entender lo que sucede. Malamente difundido como un lugar adecuado y racional, algunos autores explican que el sentido común es algo distinto del “núcleo del buen sentido”. Para explicarlo en forma sencilla, el sentido común es el que se instala, también a través de los medios preferentemente, para que todos opinen más o menos lo mismo, lo cual es malo y peligroso si el objetivo es que lo sea. El núcleo del buen sentido en cambio plantea cuál es la opinión más justa y apropiada ante tal o cual situación. Implica una decisión, un pensamiento crítico frente al hecho y por ende una argumentación o un desarrollo de cierto relato propio y no necesariamente repetido. Está claro que se trata de una tarea distinta, más desafiante, pensar de una manera que esté conforme a esos códigos y esas leyes y nos deje satisfechos con el resultado. No en vano la derecha política de los ricos se propone embrutecer y si es posible también enloquecer y lo hace desde los lugares más extremos y hasta absurdos a veces para que los brutos, instruidos o no, la tomen para sí. Esa derecha promueve lo que se conoce como el odio de clase, pero trasladado a los dominados para que se expanda hacia sus pares y no se vuelva en contra de ella y sus intereses. De alguna manera Ríos mató a Moreyra como una extensión del deseo de esos otros, aun cuando lo desconociera conscientemente. Casi como para complacer a los mandantes sin pensar en más. Es que el razonamiento escaso postula soluciones simples a cuestiones complejas y eso alivia la tensión que genera pensar en cómo pararse ante tal o cual tema sin el auxilio de otros pensantes. Incluso cuando desde el absurdo ese poder es capaz de proponer cosas tales como que si hay un virus se toma lavandina, que si viene un ladrón se lo corre y se lo mata, que si alguien quiere estar armado que esté armado, que si tu ex mujer está con otro tenés que matarla porque es tuya, que hay que marginar al pobre porque el pobre está desesperado y te va a matar (aunque el pobre seas vos mismo) o que hay que defender al rico y sus riquezas aunque uno no sea rico ni tenga riquezas para defender. 
Pero hay otro pensamiento, más complejo, que requiere instruirse e informarse, que también nos desafía a tratar de ser gentiles y amables a la hora de considerar al otro ante cualquier situación, que nos propone la integración, la solidaridad y la unión. Hay otro pensamiento, que es más difícil sí, pero que es imprescindible si lo que se quiere construir es una sociedad esencialmente más justa, humana e igualitaria.
 

El papel de los periodistas, una aproximación sociológica

 
El discurso único, por su propia definición, no soporta dos versiones de un mismo hecho. Su objetivo es manipular unidireccionalmente a la población. Así logran que “la gente” sea capaz de oponerse a un impuesto a la riqueza cuando esa misma gente es pobre y ese tributo puede mejorar su condición, o que los asalariados rechacen la intervención de una empresa estafadora como Vicentín aunque esa intervención pueda redundar también en beneficios para esos asalariados, o que la clase media esté a favor de pagar más por los servicios públicos “porque antes se pagaba muy poco”, o que cualquiera otra cuestión que sea contraria a sus intereses sea defendida como propia. Hasta allí llega la manipulación de los medios y de los periodistas comprados para tal fin, haciendo que los muchos tomen como propio el discurso único que favorece a los pocos. Y eso va en directo beneficio de los que más tienen. Por eso no es de extrañar que tengan a su favor medios y periodistas, que ya son empresas y empresarios, trabajando para convencer a millones de que lo único válido es pensar como a ellos les conviene que piensen. Son varias las cuestiones que favorecen a esa manipulación y resultan en esa obediencia. Una cuestión es la sensación de pertenencia que genera en el público enarbolar el mismo e idéntico discurso que se reitera simultáneamente en los medios, a través de los principales comunicadores y referentes o influencers. Es como que cada individuo se congraciara y se igualara con esos transmisores y empezara a formar parte de alguna manera del sector que conforma esa clase que no es la suya, aunque lo crea. Otra cuestión es la creencia ideológica. En este caso es un poco más consciente, y tiene que ver otra vez, aunque por otra vía, con la prevalencia de clase de unos sobre otros, es decir, se repite el discurso único porque de esa manera se defienden otras cosas como por ejemplo que los pobres no vayan a apoderarse de lo que tienen los ricos, aún cuando se esté más cerca de ser rico que pobre. Y hay una tercera cuestión que es la ignorancia producto de la falta o de la mala e intensionada información, que genera la creencia de cualquier relato aún cuando lo que se esté viendo sea claramente lo contrario de lo que se dice que se ve, tal como el caso del asesinato del joven ladrón en Quilmes. En esta último asunto, la falta de información, es donde debe centrarse la batalla contra hegemónica, es decir, la lucha por dar otra versión de la historia. Primero trabajando en la destrucción de ese discurso y luego desarrollando la construcción de otro sentido. Afortunadamente internet y las redes sociales están ahí para servirse y buscando la forma de hacerlo se puede al menos a dar una primera parte de la batalla por el relato y por el sentido. Nosotros los periodistas somos los encargados de propiciar esta primera versión de la historia de manera tal que en el futuro todo pueda leerse con cierto grado de certeza y veracidad. Estar al nivel de esa tarea es una tarea ineludible y debe representar para el periodismo verdaderamente independiente el principal compromiso de esta época. No por nada el poder trata de dominar social, económica e intelectualmente a los periodistas bien intencionados y acuerda con los más corruptos y venales que resultan ser los más funcionales.